Sensaciones de un Pequeño Venado

 

Mi vida es muy cruel. La mayor parte del tiempo estoy despierto, con diez ojos-aunque tenga dos-, grandes, negros y muy inocentes.

Ustedes me cuidan,   para mantener el equilibrio de todas las especies. Y me cuidan tanto,  que hay lugares en los que nadie puede tocarme. Por eso, a veces los veo tristes y muy lejos.

Cuando alguien nos atrapa, es para estudiarnos o enviarnos a algún lugar misterioso,  que no me gusta porque en él, no existe libertad. Pero a menudo veo a otros,  muy grandotes que suelo eludir, porque tenemos un enemigo común, muy cruel: las leonas, porque los machos son vagos, esperan su comida servidita, y los cachorros al final…si queda algo, comen.

Ellos, atacan organizados. Yo, por las dudas, me entreno siempre. Debo ser ágil, esa es mi arma. Con saltos espectaculares, huyo, veo la llanura y respiro. ¡Otra vez soy libre y estoy feliz!

Pero también tenemos males como ustedes: corrupción, epidemias, y muchísima inseguridad. Toleramos todos los climas. Nuestra piel está adaptada. Y les ofrecemos, cerros, ciudades y canciones hermosas.

Cuando nos visitan damos alegría a los pequeños, y muchas señoras miran asustadas los cuernos de nuestros mayores. ¿Les sugerirá algo?

Pero el drama comienza cuando llega un zarpazo mortal, letal. Entonces el hambre y la sangre hablan.

Y después, aparecen las hienas (que no entiendo de que se ríen), chacales, aves, alimañas, hormigas (que también tienen su historieta).

Pero la tranquilidad tan preciada, tan medida, llega! …como ustedes, nó?.

Estoy seguro,  que yo también tendré mi familia y, ¡ojalá!, porque quiere decir mucho intentar mantener la especie, pese a todo.

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Versión libre de RICARDO RODRIGUEZ- Trabajo de taller inspirado en “El león y la hiena”, de Eduardo Galeano.-2009.

 




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Ese domingo

 

Es domingo. Llueve. Lenta, indiferente cae la lluvia. Otra tarde de espera. Ha mirado tantas veces por la ventana, que ya cree ser parte de ella. Está en esa sala- comedor,  prestada. Lo acompañan  un vaso de vino y una botella que vacía, poco a poco.

En la pensión ya saben, los domingos él espera, no sale. Cada vez que suena el teléfono se remueve en su silla…espera, pero no, no es para él,  nadie lo llama.

Mientras lo hace, evoca y se interroga: ¿Cómo llegó a esto? Los recuerdos se mezclan. Explicó, explicó, cree que no comprendieron.

Estaban acostumbrados a verlo prolijo, bien vestido, sin barba, cuello planchado, un empleado más-pero de ciudad-, y ahora, lejos, muy lejos, viajando de un lado para el otro, sin un lugar estable, solo, cansado, con el vaso de vino que hace de compañero en esas largas tardes de domingo. El vino ayuda a mirar el reloj en silenciosa espera, que interrumpe el lento tic-tac-.

El vino se había tornado su compañero, en silencio hizo de familia. Mantenía largas charlas con él, pensando que eran con su mujer e hijos. Ellos no entendieron que lejos, muchas veces, el vino ayudaba a soportar la espera en soledad.

Se preguntó:

__ “¿ Y si no hubiera sido vino?, ¿si fuera otra mujer, lo disculparían…? ¿Qué pasó con  él?...¿En qué lugar estaba su pasado, su mujer, sus hijos, sus nostalgias?, en qué lugar?...Otro vaso de vino ayuda a decir lo que nunca les dijo. Harto, perdiendo día a día su dignidad, buscó trabajo, todos, no importaba cuál, sólo trabajo. Algo que lo reivindicara en esta situación: desempleado  a los cincuenta. ¿Cómo explicar a sus hijos su angustia?, cómo decirles que nadie lo recordaba, nadie lo buscaba no obstante todos sus intentos, cómo decirles que las horas transcurrían rápidas o lentas mientras él esperaba ansiosamente, lo que nunca llegó.

__”Sin embargo, Manuela-mi mujer… ¡qué mujer!. Las mujeres son de otra pasta, resisten, no se caen. Los hombres somos flojos…cuando nos tocan la dignidad , el orgullo, la hombría, nos caemos. Ella siguió adelante con los hijos. Todos estudian…! menos mal que estaba ella!”

Él siguió esperando y oyendo promesas:

__ “Quizás mañana… ¡esperá, no desalientes, hablé por vos.! ¡Seguro que te llaman!”

Y aquí estaba- en una pensión de pueblo- esperando el domingo- extrañando a la familia, suplantando a su familia con otros-tan solos como él-  acompañado por el vaso de vino y el teléfono …mudo para él.

Este domingo, decidió que él no llamaría. No quería resultar molesto, ellos podrían buscarlo. Esperó. El vino le hablaba, se entendían, él lo entendía. De pronto, su propio olor lo sorprendió: se olió a si mismo. Apestaba. ¡Qué importaba!, nadie, solo él conocía su abandono. Ellos nunca lo verían así.

El reloj marcó las 20hs. ¿Cuánto faltaba para cenar? Una o dos horas. Lo llamarían a la mesa. Doña Consuelo, parecía entenderlo, siempre le dedicaba atención y palabras de aliento:

___”Ya vendrán, no desespere…no quiero verlo triste.”

Se dejó estar en esa duermevela del sopor alcohólico. Estaba entrando en el sueño pesado, incoherente del alcohol, cuando sonó el teléfono y la dueña de la pensión  tocando su hombro, le dijo:

__“ Don José, es para usted, su hija lo llama…¿vió lo que le dije?”-

Se levantó pesadamente, y al hacerlo sintió su propio olor, su piel exhalaba un tufillo  ácido, de bestia sudorosa,  se tocó las mejillas-la barba se insinuaba, se acomodó el cuello desgastado de la camisa y alisó torpemente sus pantalones. Con dificultad arrastró los pies y con movimientos pesados,   tomó el teléfono.

__!Hola!-_ La boca le pesaba, sentía los labios dormidos, le lengua no le respondía y le costaba articular palabras, cuando oyó:

__”Pá,  llegué al pueblo hace un rato, esperáme, en cinco minutos estoy ahí, te paso a buscar y nos vamos a cenar adonde vos quieras este domingo.”

 

Alicia Mesa Garbin.

2009.-





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LA VIUDA DEL FERROVIARIO

-¡Ay Gregorio... Gregorio mío!... Dijo la viuda del Jefe de Estación, el que hacía un año había tomado el último tren al más allá.

-¿Por qué te fuiste Gregorio dejando mi corazón en la vía?

Mientras enjugaba sus abundantes lágrimas aprovechaba la salada humedad del pañuelo para limpiar el vidrio del portarretratos desde donde el finadito la miraba con una sonrisa orgullosa. Primorosamente acicalado con su indumentaria de Jefe de Estación; traje negro con abotonadura metálica en el saco; gorra con correaje dorado en la visera y en la mano, como quien exhibe un trofeo de guerra, el reluciente farol con el que supo hacer gala del deber cumplido abriendo paso cada noche a la mole interminable del tren.--¡Siempre me dijiste que nuestras vidas serían eternas paralelas, como los rieles, pero ya ves Gregorio, te has ido para no volver y yo aquí, descarrilada como una locomotora en desuso!...

¿Por qué no bajaste la señal para indicarme que el peligro de perderte me acechaba? ¿Por qué se detuvo tu experta mano sobre el telégrafo rompiendo la comunicación entre nuestros corazones?

Ese era el único lenguaje que sabía la viuda, el único idioma con el que se había comunicado con el difunto durante casi treinta años.

-“Hoy tengo un vagón de cosas que contarte Lucinda”- decía por ejemplo Gregorio cuando sentados a la mesa, quería abordar alguna conversación importante.

Otras veces exclamaba –“¡Qué fría está hoy mi maquinita! ¿Por qué no le agregas un poco de carbón a mi apagada caldera, querida?

-¡Vamos Gregorio, vamos, no me hables así que mi corazón hace chucu-chuc-chucu-chuc y en cualquier momento pierdo el control en mi furgón de cola!...

Ahora su vida estaba vacía. No encontraba consuelo.

Colgado en la percha, impecable como de costumbre, el uniforme de ferroviario de Gregorio se mecía con el oleaje fresco del ventilador.

Lucinda lo miró y de pronto le pareció que dentro de él se movía el amado cuerpo de Gregorio.

Imaginó que una manga se estiraba hacía delante en una clara señal de llamado, que las piernas intentaban caminar hacia el andén  para recibir el carguero que venía chirriando sus ruedas para frenar la marcha.

Creyó oír el silbato, que en la boca de Gregorio sonaba como una serenata saludando al maquinista, pero tan sólo era su ilusión, el uniforme estaba allí, vacío, inmóvil...

Entonces, una idea se instaló en su afiebrada mente...

-¡Soy tan joven todavía!... ¿Por qué no...?- Pensó Lucinda.

Tengo intacta la máquina, bien engrasados los ejes, fuerte el parachoques y delante de mí los rieles eternos invitándome a recorrer muchos kilómetros por la vida.

-¡Gregorio querido, no te enojes, no me mires así, sé razonable!... ¿No crees que ya sería bueno encontrar un relevante?...

Le pareció que en la mano del jefe una banderita verde se agitaba en señal de vía libre.

Entonces, acomodó con ternura el uniforme, lustró el farol, luego decidida se sentó a la mesa y con gesto esperanzado tomó lápiz y papel y redactó el aviso.

Lo leyó varias veces y lo corrigió otras tantas. Lo dobló cuidadosamente y partió hacia la redacción del diario El Expreso, antes de la hora del cierre.

La empleada del Expreso, leyó el texto que la mujer le extendió con mano temblorosa y sin decir palabra la miró con desaprobación.

“VIUDA DE FERROVIARIO, JOVEN, APUESTA, DESEA CONTRAER MATRIMONIO EN LO POSIBLE, CON FERROVIARIO”

Están disponibles: uniforme impecable; farol lustrado; bandera verde y señal de vía libre para nuevo recorrido.

Sistema morse en espera. Para comprobar el estado de las instalaciones, enviar zorrita de mano a cualquier hora del día.

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Silvia Montoto  de Lázzeri, docente, orientadora pedagógica del Plan Nacional de Alfabetización, afiliada a SADE, miembro de la Sociedad de Escritores Patagónicos.

Reside en San Carlos de Bariloche

Obra: ¡ Otro Gallo Cantaría! Y Otros Cuentos. Ediciones Artesanales La Lámpara- Carmen de Patagones 2004. El cuento “La Viuda del Ferroviario, obtuvo Diploma de Distinción en el  concurso nacional de cuentos SADE 2000.

 

 





 

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